Sabía, quería y podía hacer las cosas. Sobre todo las hacía.
Tenía metas y/u objetivos claros, bien definidos y alcanzables dentro de su condición y de acuerdo a sus competencias.
Sabía involucrarse personalmente en las vidas de las personas y capacitó a su personal: sus discípulos. Les valoró aun sin conocimientos ni formación, supo escogerlos y era consciente de las competencias de cada uno y de su capacidad de aprendizaje.
Se expresaba de forma clara y sencilla.
Se preocupaba y se identificaba con sus seguidores, buscaba el bien comun.
Era coherente con sus actos, lo que le otorgaba credibilidad y confianza.
Tenía los conocimientos previos necesarios para hablar y actuar con coherencia y se tomó su tiempo para planificar su trabajo, evitando así la improvisación.
Daba asesoramiento a los discípulos respondiendo sus inquietudes y aclarando sus dudas.
Tenía la iniciativa de hacer las cosas.
Consultaba sobre cómo eran vistas sus acciones, preguntaba a sus discípulos acerca de cómo se le percibía e iniciaba acciones correctoras con sus discípulos: creaba equipos.
Siempre estaba disponible y al alcanze de sus seguidores.
Estaba sumamente comprometido con su objetivo o misión e infundía compromiso a sus seguidores.
Dejó un legado que perdura aun después de miles de años… eso no lo han logrado muchos lideres.
Jesucristo, un referente en la actualidad para el estudio del liderazgo
“A Jesucristo lo hemos visto como el líder espiritual de nuestras vidas. Sin embargo, con su vida, sus enseñanzas y su ejemplo echó las bases del liderazgo visionario que requieren los ejecutivos del presente siglo”. L. B. Jones