En mitología, el genio es un ser fantástico que tiene poderes, es persuasivo y puede engañar al hombre. Se pensaba que era la tercera clase de seres creada por Dios, además del hombre y los ángeles. Lo situaban entre ellos y Dios. Le temían y le adoraban y por ello lo mantenían recluido en una lámpara: para controlarlo y tenerlo a su servicio.
Pero el genio no es externo a nosotros. Ni está por encima nuestro. Está dentro de nosotros. De ahí la palabra «ingenio» que significa que tienes el genio dentro.
Existen y han existido grandes genios en la historia. Algunos de ellos rallaban la locura. Nash, Van Gogh, Allan Poe y Beethoven son ejemplos de ello, con transtornos bipolares o esquizofrenia.
La locura definida en simples palabras es la ausencia de límites. No distinguen realidad de ficción.
Los grandes genios eran muy creativos. Tenían grandes y geniales ideas, pero su locura no les ponía freno y las exploraban y llevaban a su máximo desarrollo.
Nosotros, a diferencia de ellos, no estamos locos. Así que cuando alguna idea genial se nos viene a la cabeza, quizá nuestra educación, nuestra cultura o nuestras convicciones la frenan. Pensamos que no es posible y la descartamos.
¿Por qué? La creatividad se alimenta de experiencias, imágenes, canciones, etc. Conecta millones de datos de manera inconsciente y cuando estamos relajados aparece.
Como decía Steve Jobs, la creatividad consiste en asociar ideas..
Pues cuando nuestro cerebro nos brinde una idea, exploremos-la. No la cuestionemos. No pensemos que es imposible. Planteemos su ejecución, busquemos recursos, información y lo que sea necesario, pero no pongamos frenos a nuestra genialidad.